He estado retrasando el momento de comprar un ereader, un lector de ebooks, un lector electrónico... quizá demasiados nombres para el mismo aparato, lo que reflejaría en parte el desconcierto en que nos encontramos al respecto. Además de los precios, tiraba para atrás la falta de un estándar universalmente aceptado, el miedo a estar obsoleto antes de empezar, etc. Finalmente fui tomando decisiones. Olvidar de momento las tabletas, centrarnos en ereader: tinta electrónica, seis pulgadas, capaz de leer epub, que es lo más parecido al estándar universal... se tradujo en un aparatito que llegó de EE.UU. por mensajero, un martes habiéndolo pedido el viernes anterior, precio final por debajo de los 180.
El aparatito llegó cargado con dos libros, una introducción y una guía detallada (167 pp.)... del propio aparatito. Los leí, claro. (Inciso: conferencia de Alex Pentland en Madrid, empieza preguntando quiénes de los presentes leen el manual de instrucciones cuando compran un aparato nuevo. Se levanta una mano: la mía derecha. Nadie más: pertenezco, parece, a una especie en extinción). Ahora sé bastantes cosas del bicho y puedo tunearlo a gusto; por ejemplo, los salvapantallas son las cubiertas de los libros de mi editorial.
Con ya unas horas de lectura, corroboro los informes que aseguran que los lectores de tinta electrónica son agradables de leer. Distintos de los libros, mejores en algunas cosas y peores en otras. Las páginas no se pasan solas, ni se curvan: bien. Pesa un poquito de más: menos bien. Pero la experiencia es, en conjunto, satisfactoria.
Así que doy los siguientes pasos y empiezo a meterle libros electrónicos y otros ficheros. Que quepan 1.500 títulos está muy bien, pero no tengo intención de leer 1.500 esta semana ni la que viene, así que elijo una docena de entre la oferta de títulos gratuitos de un site serio, no de piratas. Primeras sorpresas, algunos de los autores no han muerto hace más de ochenta o setenta años, así que en principio no se espera que sean gratuitos (aunque es posible que lo sean legalmente, claro). El primero que bajo es Editores y estrategia digital: 64 respuestas, de Anatomía de la Edición, una generosa aportación de Alberto Vicente y Silvano Gozzer de lectura obligada para cualquiera interesado en la edición española contemporánea (es gratuito y hace días ha superado las 3.000 descargas). Técnicamente es una publicación bien hecha, aunque, afinando mucho, acusa un problema que es una de mis obsesiones en los libros impresos: el espaciado irregular entre palabras, consecuencia de querer justificar las líneas, especialmente cuando estas son cortas, caso de los diarios y, me temo, de los readers de seis pulgadas. La solución que prefiero la conocen bien los lectores de milrazones: líneas sin justificar a la derecha, con el guionado necesario. Pero no a todo el mundo le gusta.
Bajo Alice in Wonderland, una edición bonita con ilustraciones ("Strictly not for commercial use"). Bajo separadamente el primer capítulo de la misma obra, leído por una narradora, en mp3. Como buen infinito estudiante de inglés, me las prometo muy felices oyendo y leyendo al tiempo: el ereader, cascos mediante, reproduce archivos de sonido. Y sí, va bien. Con una pequeña salvedad: el texto no es el mismo. Hay pequeñas pero frecuentes diferencias. ¿Cuál escribió Carroll? ¿o ninguno de los dos? editar a un autor del siglo XIX cuyo original se exhibe en el Museo Británico ¿se parece a reconstruir un manuscrito de un filósofo ateniense clásico?

Huckleberry Finn: el gran Twain, leído varias veces de niño. Lo empiezo con ganas, esta vez en inglés, sigue siendo muy divertido... hasta que se vuelve incoherente: han dejado de escanear las páginas por el orden que tenían en el libro. Un ebook creativo este, nos estamos liberando de la tiranía del papel impreso... y, de paso, de la de los números. Bien, bien. Más de trescientas páginas de una prosa excelente, la de un maestro, completamente gratis. ¿Alguien duda de que esto sea progreso?
No puedo hablar mal de algún título más de los que bajé, simplemente porque mi aparato no pudo leerlos (que es como se llama a la acción de abrir los ficheros para que yo pudiera leer el libro).
Busqué un título que hubiera sido creado expresamente para el mercado electrónico: uno que se llamaba algo así como Guía de supervivencia del aparato Tal, el que había comprado. En Amazon costaba 5,5 dólares, seguí buscando y el propio editor yanqui lo vendía a 3,5, creo. Busqué más, lo había gratis en el mercado pirata. Actuando como esos usuarios que tanto miedo nos dan, lo bajé gratis, con intención de pagárselo después al editor si el resultado era bueno. Pues bien, este libro tenía menos contenido que el manual original del aparato, que puede descargarse gratis en la web del fabricante, y solo añadía como novedad una lista de sitios desde los que podías descargarte libros. Obviamente, como hubiera hecho uno de esos usuarios que tanto miedo nos dan, no lo pagué. Y aquí estoy, a día de hoy, como un pirata cualquiera: he comprado un lector electrónico y ningún libro.
Pero he leído alguno, de los que puedes bajar gratis y, al menos en apariencia, sin vulnerar leyes. El diablo cojuelo, de The Project Gutenberg, bien (problemas típicos de libros de papel digitalizados, hablaremos de ello en otro momento). La rana viajera, también de ese proyecto, digitalización de una edición de Espasa Calpe de 1920. Julio Camba murió en 1962, pero puede ser que hayan liberado los derechos. La obra, desde luego, sigue siendo muy divertida: "En todos nuestros teatros del género ínfimo existe algo así como un convencimiento vago, pero muy firme, de que la mujer es una invención exclusivamente española". Ocho o diez más como este y doy por amortizado el aparato.
Postscriptum imprescindible: Hace un tiempo, cuando se hablaba mucho de ebooks pero no los había, una empresa pionera ofreció digitalizar gratis nuestros fondos. Por probar, le di dos libros. No se vendieron y no me preocupé mucho más del asunto. No teniendo lector electrónico, tampoco comprobé su calidad. Ahora, alguien de mi organización compró uno, y ha encontrado un pdf con señales de corte, un mal trabajo de digitalización. Es decir, yo mismo participo de la situación que critico. Tras la confesión, propósito de enmienda: publicaré ebooks, pero me cercioraré de su calidad antes de ponerlos en el mercado. Palabrita del niño Jesús.