
El de abajo a la derecha, sí, ese, el único que tiene rojo en la cubierta, se titula poemas en carne viva y lo firman Isaac Manuel Cuende y Jesús G. Diego. Ochenta páginas de poesía que se publicaron en Santander en 1971 y les costaron a sus autores un consejo de guerra en el cuartel del Alta, que albergaba al Regimiento de Infantería Valencia de defensa ABQ (atómica, bacteriológica y química). El fiscal (militar, por supuesto) pidió para Jesús la pena de seis meses y un día de cárcel, con la esperanza, según más tarde al parecer confesó, de que entre esa y la absolución que interesaba la defensa el tribunal se decidiera por seis meses, entonces la máxima condena que no implicaba ingreso en prisión. Cuando los valientes guerreros que dirigían el consejo dieron por terminada la vista y mientras recogían sus sables, colocados encima de la mesa en previsión de que el enemigo (dos poetas y la otra mitad del público) se pusiera bravo y la tropa presente no alcanzara a contenerlo, la mitad del público (un policía de la brigada político-social) detuvo a la otra mitad (yo) y se la llevó al cuarto de guardia. A Jesús le echaron 18 meses de cárcel.
El lector hábil con los números habrá deducido del párrafo anterior que la pena impuesta triplicaba la petición fiscal y que el público presente estaba formado por dos personas nada más, a pesar de que la entrada era gratuita: los actos culturales del franquismo eran así. Es cierto que también en democracia he participado en alguno donde había más gente en la mesa que en las butacas, cosa que no ocurrió ayer en el CASYC, donde se presentaba la exposición "Rafael Gutiérrez-Colomer y su época. Arte, cultura y sociedad en Cantabria, 1968-1985". No me extenderé en detalles que cuenta Marta San Miguel hoy en El diario montañés, solo comentar mi sorpresa por la calidad de la presentación y de la propia exposición. Sorpresa relativa, porque los nombres implicados aseguraban esa calidad, pero es que cuesta encontrar una mesa de cinco personas, con discursos completamente distintos en estilo, que sea interesantísima en su totalidad simplemente porque hablan desde la vida aunque sea alrededor del muerto Gutiérrez-Colomer. A pesar incluso de que una de ellas es catedrático. Busco en internet a Víctor Infantes y encuentro que se le atribuye «no intenten leerse esto sin un jack daniels al lado», frase que revela no solo una frescura que no solemos esperar de los docentes, sino también un optimismo incurable: creer que los alumnos van a intentar «leerse» algo. Hay inteligencia en la universidad, pues. El otro miembro de la mesa al que no conocía es Fernando Millán, autor (con Jesús García Sánchez) de La escritura en libertad. Antología de poesía experimental, libro que publicó Alianza en 1975, al que tanto debemos y que es tan perfectamente inencontrable en su edición original como los poemas en carne viva y el resto de los libros que se ven en la exposición. Siento reducirlo a autor de esa obra recordando su amargura tras escuchar el resumen de su vida que hizo José María Lafuente, al principio de una intervención, como las cuatro precedentes, conmovedora, sin sensiblería alguna, porque trataban de una época en la que todos nos hicimos mayores sin intentar maquillar nada.

De izquierda a derecha: Xesús Vázquez, Luis Alberto Salcines, Víctor Infantes, José María Lafuente, Fernando Millán, Juan Antonio González Fuentes.
Sí me era familiar el resto de la mesa, Isaac, con quien recordé hace años el episodio cuartelero, y los comisarios de la exposición. Ambos son amigos míos recientes, de las mejores sorpresas que esperaban a mi regreso a Cantabria. Luis Alberto Salcines es culto, trabajador y dedicado enteramente a su profesión y afición, cosas que comparte con mucha gente de la cultura. Pero además carece de afán de protagonismo, es generoso con el trabajo de los demás y jamás se le ha oído hablar mal de nadie, características estas mucho menos frecuentes que le convierten en una persona encantadora sobre el personaje imprescindible que es. De José María Lafuente pueden decirse cosas parecidas, con algún añadido: qué lujo para Santander disponer de un industrial ilustrado capaz de poner en marcha una editorial, Ediciones la bahía, donde hablar de aquí sin necesitar pedir permiso (léase subvención). Capaz de escribir buena parte de Pablo Beltrán de Heredia. La sombra recobrada, donde tantas cosas he aprendido de mi ciudad; capaz de publicar el terrible, necesario, Cuando los pasos se alejan, de Eduardo Rincón.
Fuera de la mesa pero presente en la sala está Xesús Vázquez, diseñador del libro que estaba previsto antes de la exposición y que la acompaña, y Tono, que trabaja en la edición en la bahía, al que debo una entrada en este blog por varias razones. Xesús está en la exposición además de otro modo, como autor de parte del material expuesto, y de un tercer modo: representado, retratado, en ese material. Igual que otros amigos que también estaban por allí: la versión presente, activos poetas, diseñadores, actores o comisarios de arte, realizando en muchos casos las ideas que tuvieron en el periodo objeto de la exposición, representados en una versión rejuvenecida: Carlos Limorti, Fernando Madrazo… Hay otros, no representados pero presentes ya entonces, como el fotógrafo Jorge Fernández o el galerista Juan Riancho. Y por supuesto otros más jóvenes, como la periodista Raquel Martín. O César Torrellas, concejal de cultura, a quien debe agradecerse la presencia no ya en este, sino en todos los actos a los que puede llegar, aun donde sabe que posiblemente escuche cosas que no le gustan.

Libros, carteles, discos, trocitos de una época que habíamos conocido individualmente y que ahora cobran un sentido añadido, imprevisto, al ir armándose como un rompecabezas. Cómo trabajábamos entonces, artes finales con letraset, con fotocopias recortadas, pegadas en cartulina. Me admira que hayan sobrevivido las muestras de la actividad de esta generación, que no tenían ninguna pretensión de nobleza ni de valor en sí mismas, en una ciudad obsesionada por el pasado, pero por el pasado remoto, como si nosotros no hubiéramos existido: los más modernos llegan a José Hierro, pero es preferible hablar de Gerardo Diego para atrás, Pereda, don Marcelino. Dice muy bien Marta San Miguel en el artículo citado: «Observar para comprender; comparar para descifrar; leer entre líneas para constatar el presente; abrir los ojos para avistar el futuro». Qué gran ocasión para quien esté dispuesto a ello.
Hay pocas oportunidades de ver junta tanta fuerza creadora en activo. Todos los días se enfrenta uno con una situación muy difícil, pero anoche tuve una sensación poderosa de que saldremos también de esta. Esa sensación se la debo a Gutiérrez-Colomer y a sus amigos que quisieron recordarlo.
No se pierdan las charlas, las presentaciones donde figuren las personas nombradas aquí: no se van a aburrir. Aunque no les detengan cuando acaben.
Rafael Gutiérrez-Colomer y su época. Arte, cultura y sociedad en Cantabria (1968-1985)
Del 27 de marzo al 19 de mayo de 2012. Horario: Lunes a sábado de 19 a 21 h.
Lugar: Santander. Sala Exposiciones del CASYC


