Un lector curioso prefiere cien editores pequeños a dos grandes. A un editor pequeño le haría feliz compartir con otros 99 editores pequeños el espacio que dos grandes necesitan para ellos solos. Pero el mercado tiene su propia lógica, que en su mayor parte se aplica a todo tipo de empresas ¿por qué las editoriales habrían de ser una excepción?
Las editoriales en los 80 sufrieron el mismo proceso de concentración que las empresas de los demás sectores. Se trata del capitalismo, no de la edición. El pensamiento único no necesita pluralidad de fuentes.
Pero las fuentes se han multiplicado solas, ahora todo el mundo publica. Esto crea problemas a todos los que disfrutan de un lugar como emisor, privilegiado. Los editores, incluso los pobres y pequeños, estábamos en ese sitio. Ahora el campo de juego y las reglas han cambiado, pero pensando en el conjunto de la población, no está claro que sea para peor. En principio, todo el mundo puede dedicarse al asunto de emitir: eso es más democrático que la situación anterior. Claro que al mismo tiempo casi todo puede quedar en manos de dos, y eso es menos democrático que la situación anterior.
Esta reflexión viene a cuento de la entrevista "Los editores han sido arrinconados por los contables" en el cultural.es, con André Schiffrin, que anda promocionando su libro El dinero y las palabras, (Península) nuevo en España. Mejor dicho, viene a cuento de la situación en la que nos encontramos y sobre la que estamos discutiendo todos los días, discusión en la cual el libro de alguien con la experiencia de Schiffrin es muy bienvenido. Puede que en él dé algunas claves de lo que en la entrevista aparece como implícito: los editores, todos, somos alguien especial a quien hay que ayudar. ¿Cómo? pues por ejemplo como hacen en Noruega, donde el Estado compra dos ejemplares de cada libro para cada biblioteca pública.

No hay mayor problema en que la sociedad influya mediante decisiones políticas en nuestro comportamiento frente al mercado: ¿que tendemos a consumir más grasas y azúcar de las convenientes? un gobierno sensato intenta disuadirnos; ¿que las multinacionales nos incitan a fumar? el gobierno pone restricciones. Pero que el Estado compre dos ejemplares de cada título publicado para cada biblioteca sería un timo a la población. El mismo Schiffrin señala que hay editores buenos y malos: el ciudadano no se merece que le llenen las bibliotecas de basura con cargo a su bolsillo. ¿Cómo, entonces, ayudar a la edición de calidad? Tendremos que seguir pensando.